Los datos se han convertido en una de las grandes obsesiones de las empresas. La información es uno de los elementos de valor más relevantes a la hora de establecer su estrategia, ya que permiten conectar con los consumidores de un modo mucho más eficiente. Las compañías se han dado cuenta de que los datos les permiten llegar a conclusiones mucho más efectivas sobre cómo son sus consumidores, sobre los fallos a los que se enfrentan cada día o sobre los productos que tendrán una buena acogida en el mercado (y los que no).
Todo este interés creciente por la información ha creado un pico de interés por el que se conoce como big data. Las compañías necesitan acumular grandes cantidades de datos si quieren conseguir sacarle partido a la información. Esto hace que recaben y recaben información a la que luego aplican las herramientas tecnológicas que les permiten extraer todas esas valiosas conclusiones.
Pero a pesar del boom del big data y a pesar del interés que despierta entre las empresas, lo cierto es que la información también tiene una especie de cara b, un lado menos positivo que las compañías tendrían que analizar con detenimiento. Porque a medida que el poder de los datos se ha ido dando a conocer y a medida que las marcas y empresas empiezan a emplearlos cada vez más y más, también han comenzado las críticas y ha ido aumentando la desconfianza que los consumidores sienten ante todo ello.
El big data, que en un primer momento era un tema prácticamente exclusivo de la prensa especializada, se ha convertido en una suerte de tema recurrente en todo tipo de medios, lo que ha hecho que todo el mundo parezca estar hablando de ello y lo que ha hecho que los consumidores sean cada vez más conscientes de su existencia, su importancia y el impacto que tiene en su vida cotidiana.
Además, y dado que el big data está empezando a impactar cada vez en más áreas y en más terrenos, la preocupación de los consumidores va en progresivo aumento. Durante las últimas elecciones estadounidenses, por ejemplo, los dos principales candidatos, Donald Trump y Hillary Clinton, usaron tecnología de big data para establecer su estrategia y su llegada al votante. ¿Fue el big data la clave para la victoria de Trump? «Todo el mundo comentó el despliegue de datos de Donald Trump, pero Hillary Clinton también contaba con un reputado equipo y perdió», recordaba en un artículo en Expansión Kiko Llaneras, editor de Politikon y socio de Quantio. Trump llegó a publicar, tras un debate, 150.000 mensajes distintos en Facebook, que llegaban a los usuarios de forma diferente según su perfil. De este modo, lamentan algunos expertos, se pierde la trasparencia y en cierto modo la consistencia: cada usuario está formándose su opinión partiendo de mensajes diferentes.
Por supuesto, el uso del big data no se ha limitado a las elecciones estadounidenses, sino que está empezando a convertirse en un elemento más de la vida cotidiana y de las campañas políticas en general. En las últimas elecciones francesas, también hubo big data de por medio. En las elecciones francesas, se hicieron análisis de sentimiento o análisis de emociones en redes sociales.
El big data se considera la próxima frontera a conquistar del marketing político.
Pero, volviendo a quienes realmente han impulsado todo esto y quienes le están sacando el mayor volumen de beneficios, las empresas están acumulando cada vez más y más datos y están intentando que el volumen de estos sea, además, cada vez mayor. Esto está creando una reacción también en cómo se comportan los consumidores, que son cada vez más críticos ante esta realidad y que están cada vez más preocupados con lo que las compañías pueden hacer con toda esa información.
El hecho de que las nuevas novedades del mundo de la tecnología no hagan más que abrir la puerta a la cosecha de más y más datos: ahí está, por ejemplo, el boom del internet de las cosas y cómo las compañías lo están empleando cada vez más. Cuatro de cada diez empresas españolas ya emplean esta tecnología, por poner un ejemplo. El internet de las cosas no solo hace más fácil la vida del consumidor, sino que además genera una nueva fuente de información. Que la nevera te avise de que los huevos están a punto de ponerse malos no es solo una curiosidad: es un nuevo caudal de datos sobre cómo eres y cómo consumes.
Si a eso se suma que las empresas son cada vez más activas a la hora de usar los datos y que cada vez son más conscientes de su importancia (el 80% de los CIOs planea proyectos de big data para 2017, por ejemplo) se puede ver la foto completa.
El mundo de los datos no estaría completo sin centrarse también en cómo los consumidores están viendo este boom y este nacimiento de la importancia de la información. Para las empresas, los datos ayudan a posicionarse mejor. Para los consumidores, son una suerte de amenaza contra su privacidad y sus derechos.
Los consumidores no solo son muy críticos con las empresas y con su interés en ellos, sino que además tienen un cierto temor a lo que ocurrirá con la información una vez que se la den a la compañía en cuestión. El 57% de los consumidores, de hecho, no confía en las marcas para darles información. Si por ellos fuese, las empresas no tendrían ni uno solo de sus datos personales. Un 70% de los consumidores asegura incluso que no ve ninguna ventaja al dar sus datos personales a las compañías. En general, los consumidores temen lo que marcas y empresas harán con esos datos.
El boom del big data ha hecho que los consumidores tengan que cambiar y que tengan que convertirse, ellos también, en un elemento informado. Los consumidores ya no pueden simplemente aceptar todas las condiciones de uso que se le ponen por delante y asumir que las empresas no harán ‘nada malo’, sino que tendrán que empezar a pensar en lo que les están pidiendo, las razones por las que se lo están pidiendo y si están dispuestos a renunciar a ello. El consumidor tiene que ser ahora un ‘consumidor responsable’, uno que sea vigilante y consciente de la información y del poder de la misma.
No hay más que pensar por ejemplo en las aplicaciones móviles y en lo que cada vez más piden y piden. El consumidor no puede aceptar ya sin más todo lo que sus condiciones de uso establecen cada vez que se descarga una actualización. Tiene que empezar a pensar si realmente vale la pena que accedan a ese caudal de información y si está dispuesto a ello.
Source: Puro Marketing