Los productos novedosos y sorprendentes son una de las herramientas clásicas que las empresas emplean para irrumpir en el mercado. Una compañía que no hace más que lo mismo que los demás y cuya marca no sobresale por encima de la competencia con algo distinto tiene mucho más complicado llegar al consumidor y conseguir afianzar sus posiciones. Para el consumidor, la marca en cuestión no es más que un nombre más en una lista cada vez más grande de compañías que están haciendo siempre lo mismo.
De hecho, solo hay que pensar en los grandes casos de éxito de los últimos tiempos para ver cómo la narrativa está ligada a una novedad sorprendente. Apple volvió de entre los muertos porque supo crear productos altamente novedosos y originales que crearon en cierto modo nuevos espacios dentro del mercado. Las compañías del boom de las redes sociales imaginaron una nueva forma de conectar al mundo. Y hasta las polémicas firmas de moda de los últimos tiempos de la economía colaborativa, como Uber o Airbnb, resultan rompedoras porque han hecho algo nuevo o diferente.
Innovar, tener la idea brillante que cambiará las cosas, parece por tanto la vía directa hacia el éxito, la fundación para que las marcas tengan su gran historia de éxito. Sin embargo, tener esa idea brillante es cada vez más difícil. Como apuntan los expertos, encontrar esas grandes ideas es cada vez más complicado.
En parte, se podría decir que las empresas están entrando en ese momento que los escritores cruzaron tiempo atrás. En literatura se podría decir que está todo inventado y que al final lo que se está contando es una y otra vez la misma historia (o historias) solo que de un modo diferente. Hasta incluso en el plano formal de cómo contar una historia parece que ya no hay margen para crear algo distinto. Los vanguardistas del siglo XX parece que ya se han encargado de ‘robar’ todas esas ideas innovadoras.
En el mundo de la empresa, podría estar pasando algo bastante parecido. Según un estudio elaborado por economistas de la Stanford Institute for Economic Policy Research, encontrar esas grandes ideas, esas que parecían encontrar debajo de las piedras los inventores a finales del XIX y principios del XX que siempre protagonizan los ensayos sobre el tema, es cada vez más difícil.
No solo es cada vez más complicado encontrar una idea nueva que nadie haya probado, sino que además el proceso de innovar, concluyen los estudiosos, es cada vez más masivo y más costoso. Esto hace que se necesite una red más amplia de trabajo para encontrar la gran próxima idea y que sea imposible hacerlo al ritmo de antaño (lo que también frena el crecimiento económico).
«La idea de que alguien hoy en día invente por sí mismo algo tan revolucionario como la locomotora es impensable», señala uno de los expertos. Uno ya no puede trabajar en soledad en los inventos (como hizo Edison cuando inventó la bombilla): la situación es tan difícil (la de encontrar ideas nuevas) que se requiere el trabajo de muchas personas. Hasta el iPhone, que asociamos a Steve Jobs como genio visionario, es en realidad el trabajo de docenas de personas.
Lo importante no es el genio loco, sino el talento
¿Qué implica esto? De entrada, ya no solo se trata de que haya que olvidar esa idea vintage de encontrar la próxima gran idea y el próximo gran producto revolucionario por prácticamente una inspiración de las musas sino también de una modificación por completo de la idea de creación y del camino que lleva hasta ella.
Y, a continuación, hace que sea mucho más obvio que las empresas necesitan talento. Para seguir creciendo, para encontrar esa gran cosa que romperá el mercado, ya no se necesita al líder-genio loco sino más bien a un equipo de gente muy preparada. Trabajar en equipo y tener a los mejores es cada vez más decisivo, lo que tiene mucho sentido si se piensa que, en los últimos tiempos, se ha producido también una suerte de apagón del CEO-visionario.
De hecho, el mundo de la tecnología, ese el que el CEO genio parecía tan recurrente hasta ahora, es uno de los ejemplos que los expertos usan para explicar cómo estas nuevas dinámicas son evidentes. La ley de Moore, que implica que señala que cada dos años se multiplica la capacidad de los microprocesadores, funciona porque, apuntan los expertos, cada año también crece la cantidad de personas trabajando en ese terreno.
Source: Puro Marketing